miércoles, octubre 10, 2007
"Nene, te digo que no es joda jugar ahí"
Después de sufrir la censura de este gobierno, encarnada en la porquería del módem que me proveyó en su momento Arnet, vuelvo a publicar en el blog, en lo que representa una de las más importantes batallas que ganó el periodismo independiente y comprometido (?) desde que volvió la democracia en 1983.
Y si bien no hubo fecha el fin de semana pasado ni la habrá el próxima, siempre hay algo que quedó en el tintero, un intrascendente suceso con el que hacer una epopeya, una definición digna de polémica en el bar con la cuál escribir una enciclopedia, etc. De eso justamente se nutre este blog. Así que bienvenidas toas las anécdotas dignas de ser contadas, por más pequeñas que sean.
La semana pasada me había quedado una de ellas por comentar: el show de los "muchachos" de River al borde del alambrado de la cancha 7 y la actuación estelar del cabeza de largas mechas y anteojos de sol.
Que ciudad universitaria es un lugar tranquilo no lo niega nadie. Que el clima se enrarece cuando juega River, tampoco. La adrenalina por ver al millonario, la masificación que se genera al estar entre las hordas interminables que peregrinan fieles hacia la catedral del fútbol vía puente Ángel Labruna y, porqué no, algún que otro tetra de más, exaltan un poquito (?) a los fanáticos que estacionan los micros en el playón de ciudad y cruzan zigzaguenando las canchas 5, 6 y 7. Insultos, comparaciones y gritos de aliento a los circunstanciales jugadores de las mencionadas canchas son moneda corriente cuando hay fecha de torneo en estadio Antonio V. Liverti.
En domingo pasado en particular, la avanzada millonaria estacionó sus bondis al fondo del predio y vino va, vino viene, comenzaron a interiorizarse en el partido que disputaba el puntero de la B frente a Bouba. La camiseta roja y blanca de estos últimos generó una inmediata identificación y consecuentes cánticos y alaridos, y alguna que otra creativa (?) comparación (compararon a turquito con Gorosito). Pero el entusiasmo inicial se fue diluyendo a medida que pasaban los minutos y se plasmaba dentro de la cancha la superioridad rocamorense.
La identificación, entonces, fue mayor y rápidamente los hinchas comenzaron a desatar su furia contra los pobres jugadores de Bouba, como si fueran Villagra, Gerlo, Lussenhoff y compañía (recordemos que para ese entonces River no le había ganado a Boca y la cabeza de Daniel como la de todo el plantel pendía de un hilo). Que pongan huevo, que los vamos a ir a visitar en la semana si no ganan, que son unos pechos fríos, que porqué no se van todos... La ira de la hinchada no amainaba, si no que iba en aumento a medida de que el Pollo continuaba gestando su obra maestra, Drigo desparramaba muñecos y el medio comandado por los Freixas tocaba sin cesar.
El chivo expiatorio lo encontraron en el 10 de Bouba. Pocas veces vi a alguien jugar con el público tan en contra y recibir tantas críticas injustificadas. Pensar que el loco se levantó el domingo con resaca, se perdió el partido de los Pumas, se comió cuatro pepas y encima poco más de una veintena de tipos lo basureó más que su jefe. Muy cómico.
Esto ya de por sí era atípico. Pero el momento de mayor irracionalidad del mediodía lo protagonizó ese personaje (que era el que comandaba los insultos), que tiró abajó el alambrado, corrió al borde de la línea haciendo una pseudo entrada en calor, hostigó al 10, le pidió al juez que sacara y como todos lo ignoraban le arrojó de frente mar un botellazo. Después se aburrió y se guardó un poco para agitar en la popular. No era cosa de andar cansándose por ahí.
Canchas poceadas, pisos duros, terrenos reducidos, árbitros compensadores... ahora público hostil: Sabía que el camino al título era hostil, pero tampoco tanto. Veremos cuál es la próxima sorpresa del fútbol universitario.
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