Pero el pibe no jugaba sólo y en la albiceleste la pelota tiene un dueño. Y ese dueño. que despierta las pasiones más extremas, juega a otra cosa. La retiene, la toca para los costados, la duerme, la juega hacia atrás. A veces es lo que pide el partido. A veces exaspera hasta al ser más paciente de la humanidad. Bastaba que Messi levantara la mano pidiéndole el pasaporte indispensable para alguna de sus habituales apiladas, para que Román pisara la pelota, la entretuviera un rato, enfriara hasta el infierno y la moviera hacia atrás para volver a empezar, a la vez que las ínfulas del crack recibían un baldazo helado de derecho de piso.
¿Por qué no se la pasaba? ¿Por una cuestión de egos? ¿Para hacerle sentir quién tiene la casaca 10, quién es el armador? ¿Para protegerlo al pibe y no cargalo de responsabilidad? ¿Para enseñarle que en el fútbol no es todo ir, ir y más ir? ¿Por una mezcla de algunas de estas causas? ¿Por todas; por ninguna?
Preguntas cuya única respuesta se puede encontrar en la parquedad de su protagonista principal.
Como sea, cualquier similitud con esta foto captada el domindo, es pura coincidencia.
Preguntas cuya única respuesta se puede encontrar en la parquedad de su protagonista principal.
Como sea, cualquier similitud con esta foto captada el domindo, es pura coincidencia.
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