jueves, noviembre 29, 2007
De película
Con ese último tiro libre se iba se moría el partido. Y con él se esfumaban el esfuerzo de un partido chivísimo, las chances de campeonar y el sacrificio de un año de jugar cada partido como si fuese el último. Era la última bola. Después de eso no habría tiempo para más nada. Era tirar la última moneda al aire y rezar para que la suerte hiciera lo suyo. Nunca en la historia del equipo, éste se jugaba tanto en una sola pelota. La gloria o el infierno (que ya había comprado casi el talonario entero) dirimían su preminencia en ese último libre directo. El aire se cortaba con un chuchillo; sin esfuerzo se escuchaba el cuasi imperceptible sonido de un pasto quebrándose por la mitad.
La pelota, impulsada por la zurda divina del mayor de los Freixas, flotó por los aires, medio, un segundo... no sé. Pareció una eternidad. En el área, los veinte restantes jugadores de campo (el 2 de ellos había sido expulsado poco tiempo antes), incluyendo al Colombia que buscaba su monumento y pase al Olimpo, la vieron venir y miles de historias se cruzaron a velocidad crucero en el torbellino que inundaba a sus mentes. Historias de rechazos providenciales y de cabezazos goleadores y heroicos. Historias de despejes hacia el infinito y de redes infladas hasta su máxima extensión. Pero la historia es una sóla y la escribe... ¿¡Quién sabe quién la escribe!? Pero esta vez el guionista estaba inspirado y se lució con un final de novela.
Porque el punto culminante de este cuento tiene tintes épicos y ribetes antológicos. Porque no escasea en suspenso (la pelota tuvo que rebotar como 5 veces antes de entrar). Porque el destino le guardó una broma macabra, parafraseando a algún conocido cantautor, al delantero de X la Gente que inexplicablemente y para desilusión eterna introdujo el esférico en su propia meta. Porque el barba le guiñó un ojo a Rocamora y demostró que tiene el corazón albiazul. Tardó 90 minutos en darse cuanta de que su equipo era el que circunstancialmente tenía la remera bordó. Sí, tardó. Pero como dice el dicho, más vale tarde que nunca.
Se sufrió como pocas veces. Se gritó como nunca. Los corazones rocamorenses, necesitados de un by-pass luego del piedrazo en la cabeza que significó ese gol de pelota parada faltando un puñado de minutos, recibieron la inyección necesaria para poder revivir. El 1-1 en un justo reparto para dos equipos que a su manera se brindaron en una batalla durísima para llevarse los tres puntos.
Pudo ser para cualquiera. No fue de nadie. Pero el punto, por cómo y cuándo se dió, se festeja. Y cómo.
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