Ahora bien, dejando de lado por un momento el humor berreta y lleno de clichés al que nos tienen acostumbrados Tinelli y varios más (vos también Pergolini, no te hagas el boludo), con el que creció nuestra generación toda, tratemos de hacer un análisis un poco más profundo de lo que representa un hombre con bigotes dentro de una cancha de fútbol.
No nos dejemos guiar por la constitución fenotípica de un ser que en realidad es un idealista, un rebelde con causa, un soñador (?) que no quiere que le vengan con los cuentos de la posmodernidad. Este hombre, que es un payaso para muchos, en realidad ensalza a través de sus mostachos su virilidad y la ilusión del regreso a las épocas doradas dónde los hombres se batían a muerte y el que simulaba, se quejaba o botoneaba a un rival con el árbitro recibía como respuesta de la comunidad futbolera entera el repudio y la condena. Nada de caídas aparatosas o gestitos de dolor o pseudoapuradas frente a 200 cámaras y otros tantos policías y periodistas. No querido, si se quería un ajuste de cuentas había que ir a buscar al contrario y arreglar la cuestión a puño limpio entre los armarios de un vestuario vacío, hasta que la bronca cesara.
Eso era fútbol, viejo. Ahora resulta que a un tipo que se viste a la usanza de los antiguos, la opinión pública lo sentencia sólo por su atuendo particular. ¿Qué enseñanza queda? Que si no te depilás las piernas, te planchas el pelo y no usás vinchita no servís.
Nosotros probablemente no nos damos cuenta porque prácticamente siempre vivimos empapados en esta fantochada (como diría chupete (?) ) llamada "fútbol show" o "futbol fashion". Entonces que un tipo como Sergio Ramos sea titular (y encima jugando como defensor) en un equipo como el Real Madrid no llama la atención. ¿Pero cuánto hubiese durado ilesa la rodilla del portugués bicicletita Ronaldo hace un par de décadas? Uno o dos partidos. Ante el primer firulete de propaganda Nike lo hubiesen estampado contra los carteles de publicidad.
Yo te entiendo, bigotón (?). Vos sos de los que empezaron a jugar cuando las remeras de fútbol eran de tela dura y si se mojaban era como correr con un bebé en brazos. Sos de los que al momento de debutar luciste esos diminutos shorts, apenas más largos que un boxer y que sólo al Diego le quedaban bien. Vos comenzaste a patear la redonda cuando era un cuero duro que impulsarlo con la cabeza equivalía a tener que tomar un paquete de aspirinas a la noche. Te banco, porque representás a la época de los botines negros y remeras arbitrales al tono; la de los defensores barbudos y con cabelleras desprolijas y mal rasuradas.
Entiendo bigote lo que sentís cuando ves a la pendejada asearse para un partido de fútbol como si estuviesen a punto de salir con una mina. No hace falta que me describas el horror que te generan las camisetas de colores estridentes, que parecen conos de PF, o las masculinas tonalidades que se utilizan en la actualidad (rosas, violetas, etc). Tampoco que me reseñes ese escalofrío que recorre tu espalda cuando ves a una cancha inundada por botines multicolores y bermudas repletas de publicidad, al estilo auto de TC. Imagino el indescriptible escozor que te brota cuando prendés la tele y los máximos exponentes del deporte más hermoso son modelitos, que no se despeinan ni cuando terminan de jugar.
Por eso, y porque como toda costumbre antigua en el algún momento regresa aggiornada (que no les sorprenda que en algunos años anden todos por ahí con el felpudo arriba del labio), yo te banco bigote. Fuerza, y a no aflojar en la lucha, que ya van a volver las viejas épocas.
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